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En la vida hay dos tipos de personas. Las que se conocen a sí mismas y las que no


Conócete a ti mismo

(Inscripción en el Templo de Apolo en Delfos)

Leyendo el libro de Lluís Pugés I Cambra “La Odisea del Management”, me reencuentro con la maravillosa frase que pone título a esta reflexión. Siempre pensé que todo ser humano se debería encontrar alguna vez en su vida con ella.

Decía un cómico famoso que en esta vida hay dos tipos de personas. Las que separan a las personas en dos tipos y las que no. Al margen de la broma, y dentro de la multitud de divisiones que podríamos hacer, creo que podrían darse dos tipos de personas. Aquellas que se conocen a sí mismas y las que no.

 ¿Cuántas personas podrías nombrar que no se conocen a sí mismas? En mi caso, podría decir que demasiadas. Conozco muchas personas que son incapaces de decir qué les gusta o a qué les gustaría dedicarse si no tuvieran presión económica, mientras que son capaces de nombrar todos su defectos y ninguna de sus virtudes.

 Conocerse a uno mismo, no quiere decir sé lo que me gusta, sé lo que se hacer bien. También está en reconocer los propios límites y no dejar que éstos interfieran en los objetivos personales/profesionales que nos marcamos.

 Cuando una persona se conoce a sí misma, reconoce sus limites, potencia sus virtudes y se rodea de las personas que sacan lo mejor de ella, sus ojos brillan con una chispa que transmite confianza y serenidad. Y es esa mirada sincera la que reconocemos en los líderes. Los líderes de verdad. Los líderes que para empezar, se lideran a sí mismos, y con este ejemplo son capaces de involucrar a los que les rodean.

Las personas que se conocen a sí mismas son aquellas que se felicitan por las críticas obtenidas, porque saben que de ellas siempre podrán sacar una idea interesante.

 Las personas que se conocen a sí mismas son aquellas que saben que necesitan tiempo para tomar sus propias decisiones y no se avergüenzan en manifestarlo.

 Las personas que se conocen a sí mismas son aquellas que saben sacar lo mejor de los demás, estimulándolos y haciéndolos crecer. Al mismo tiempo que crecen ellas.

 Las personas que se conocen a sí mismas son aquellas que saben cuáles son sus virtudes y las llevan hasta el extremo y cada vez que visitaban el extremo, lo llevaban un poquito más lejos.

 Las personas que se conocen a sí mismas son aquellas que que nunca han dejado de escuchar su yo interior.

 En definitiva las personas que se conocen a sí mismas son aquellas que no necesitan que los demás les digan cómo son. Saben cuáles son sus cualidades y saben para qué cosas necesitan pedir ayuda.

Haz una búsqueda interior y descubre qué te hace fuerte y qué te debilita. Piensa si te rodeas de lo que te hace grande o no. Y recuerda cuando tenías 10 años. ¿Cómo te imaginabas que sería la vida? Piensa en qué te ha alejado de aquella idea o qué ha hecho que llegue a ser realidad.

 Nunca dejes de seguir tu instinto.

¿Qué vas a hacer después de tener tu próxima buena idea? O cómo un pato, un gallo y una oveja pueden cambiar tu forma de ver las cosas.

Después de tu próxima buena idea. Lo único que vas a hacer es estar más cerca de tu próxima buena idea. Lo más curioso es que siempre ha sido así. Hace mucho mucho tiempo, hubo alguien que desarrolló la rueda, e inmediatamente después, ya había alguien desarrollando y mejorando la idea de la rueda.

A finales del siglo XVIII (más concretamente el 4 de junio de 1783) los hermanos Montgolfier hacían una de las primeras demostraciones públicas de lo que había sido una revelación imaginaria.

Tiempo atrás viendo el humo de una hogera fantasearon (rompiendo las barreras de la lógica y la posibilidad) con la idea de hacer algo que pesara menos que el aire y pudiera ascender hasta el cielo, cumpliendo con el dedálico sueño humano de volar. De esta manera, observando la realidad, fantaseando con los límites de la misma y con ganas de traspasar dichos límites, embarcaron a un gallo, un pato y una oveja en lo que sería el primer vuelo aeróstatico con tripulantes. Dicha demostración que tuvo lugar en el palacio de Versalles ante Luis XVI cuentan que dejó a más de 100.000 personas con la boca abierta ante lo acontecido.

Lo más interesante de la historia, es que si le hubieramos dicho al oido a cualquiera de las 100.000 personas que allí se congregaban, que 200 años más tarde el ser humano iba a tener cacharros como ese (bueno, algo más sofisticados) dando vueltas alrededor de la tierra manteniendo contacto con personas en la tierra a través de rayos de luz u ondas electromagnéticas, seguro que nos hubieran  pensado que habíamos consumido algún tipo de alimento en mal estado.

Pero la realidad es así. Nos cuesta mucho trabajo imaginar de lo que serán capaces las generaciones venideras, y de cómo van a aprovechar el esfuerzo y trabajo invertido hasta ahora. Pero ésta es una de nuestras misiones en la vida. Crear caminos para las siguientes generaciones. Al fin y al cabo,  Seguro que si alguien del futuro viniera y nos contara cómo van a ser las cosas dentro de 200 años, también pensemos que ha consumido algo en mal estado.

De la manera que sea. Contribuyamos a abrir caminos.





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